CRÓNICA: LA COPA DEL REY

Cesar.G.G nos deleita con una entretenida y fuera de lo convencional crónica, realizando un símil excepcional entre caza y fútbol. Atentos a la enseñanza final, pues no todo es el trofeo y hay algunos que parece que aún no lo han entendido. 

Los protagonistas: Caza y compañerismo.

Muy buenas tardes amigos.

Este fin de semana fue marcado por la final de la copa del Rey, en la que por desgracia no se produjeron sorpresas. Los estelados pitaron al Rey, al himno nacional y ganaron la copa.

Durante estos acontecimientos Ricardo, mi mujer y yo estábamos jugando nuestro propio partido, que también fue jugado en dos tiempos. El primero arrancó el viernes tarde y se prolongó hasta el sábado por la mañana, mientras que el segundo transcurrió entre la tarde del sábado y la mañana del domingo.

El partido comenzó con una exhibición de Zeus, que nos regaló un espectáculo de rayos y truenos que provocó en nosotros una gran sensación de impresión y temor. Haciendo que nuestra sensatez apareciese y nos condujese a refugiarnos en los coches mientras el cielo caía sobre nuestras cabezas. De esta forma terminaba el viernes, sin nada más que resaltar que la entrada a la rodilla que Ricardo lanzó a un guarro con la peor de las intenciones sin que éste acusara daño y lograra perderse por el fondo del campo de juego.

El sábado amaneció húmedo y con ventaja para nuestros contrincantes, contaron una vez más con la ventaja de la naturaleza en forma de niebla. Sólo al final del primer tiempo de este partido quiso el diablo pitar penalti a mi favor y dos machos enzarzados en disputas territoriales a ciento cincuenta metros me dieron la oportunidad de irme al descanso con ventaja.

Lancé con rabia mi plomo y no pasó nada de nada. Ni el corzo se fue al suelo, ni siquiera hicieron por molestarse en huir.

¡Ni me miraron!

Fue humillante,  traté de recomponerme lanzando un segundo disparo que nuevamente no alcanzó su destino, poniendo esta vez sí a la pareja en carrera y quedándome con cara de gilipollas. Mi compañero Ricardo ni siquiera contó con ayuda del árbitro para terminar la primera parte.

Durante el descanso en vestuario, alguien contaba una tradición marinera de tiempos de barcos mercantes de velas y complejas jarcias. Se cuenta que cuando un barco se encontraba con grandes encalmadas sin viento durante días, se lanzaba por la borda al último tripulante incorporado al barco por gafe. Está claro, sabíamos quién era la nueva… Inma, mi mujer. ¡Ni de coña estaba yo dispuesto al sacrificio de mi mujer!

tiburones

Salimos al campo de juego para jugar la segunda parte con distintas presiones. Ricardo tras una lesión que le apartó del campo luchaba por recuperar su tiro. Yo, que seguía con la misma cara de gilipollas después de fallar dos penaltis, cuestionaba la presencia de mi mujer en el campo.  

Pensé la nueva táctica, cambié mi posición y mi forma de hacer. Escondidos y camuflados en el campo de juego comenzamos lentamente nuestra jugada. Inma me seguía de cerca copiando mis movimientos.

Sin darse cuenta, un corzo se asomó a una siembra en paralelo a nosotros con un minuto de diferencia. Hacíamos lo mismo que él, mirar la siembra para ver si podíamos entrar en ella sin que nadie nos estuviera vigilando desde el monte. Y allí estábamos los tres, separados por treinta pasos contados –treinta, ni uno más, ni uno menos-. Él nos miraba sin vernos y nosotros lo mirábamos sin creerlo, así pasaba el tiempo.

Inma y yo como estatuas, sólo cuando el corzo se tranquilizó y dio un par de pasos creí en la remontada. Cada vez que el animal giraba su cabeza un segundo yo hacía un movimiento.

Tenía un bastón en la mano izquierda y el rifle al hombro derecho, mucho tenía que hacer para tirarle. Adelanté mi mano izquierda, baje la derecha y agarre la empuñadura del rifle. No sé en cuantos pasos conseguí que el rifle apuntara al corzo, no cabía dentro de la mira… ni mi corazón en mi pecho.

Al disparo el corzo se desplomó y me fundí en un brazo con Inma mientras repetíamos: ¡increíble, que pasada, que lance!

“El machito no era un macho, pero el lance se merecía este desenlace para su desgracia.”

 

César. G.G.

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