El Espinar y San Rafael, enclavados en plena Sierra de Guadarrama, siempre han ocupado un lugar especial en mi corazón. Mi bisabuelo materno y mi abuelo paterno decidieron veranear allí. Desde entonces se convirtió en lugar de peregrinación para fines de semana y vacaciones para toda mi familia. Digamos que, de algún modo, debo mi existencia a esta zona, pues mis padres se conocieron allí. También le debo multitud de grandes amistades y, por supuesto, a Irene. Dicen que no eres de donde naciste, sino de donde quieres estar.
Desde pequeño paseaba y montaba en bici por sus pinares y dehesas, persiguiendo corzos y dando mis primeras «monterías» a los guarros. Recuerdo como en verano con 10 años -con los Carreño, los Isabelos y otros tantos- poníamos simbólicamente puestos y, ataviados con cámaras de fotos, esperábamos mientras otros del grupo batían la zona con tremendo griterío.

Cuento esto para intentar explicar –me parece imposible- lo que siento por esa zona y lo importante que fue para mí tener la oportunidad de cazar un corzo allí. Había intentado conseguir un precinto antes, pero no pudo ser, siempre estaban cogidos. He cazado muchos corzos en mi vida, pero éste ocupa el lugar más alto en cuanto a lo sentimental.
Los episodios que narro en los siguientes párrafos son solo una pequeña muestra de las horas, kilómetros y madrugones que costó la consecución de este lance. Solo describiré lo relativo a éste en concreto, pues no quiero aburrir a nadie.
Abril de 2017: Nuestro primer encuentro

Quedo con Victor después de comer para recechar una zona de pinar. Hora extraña pensaréis, pues sí, pero estaba cayendo la monumental. La semana había sido muy calurosa, los animales estaban cambiando el pelo y a media mañana había comenzado a llover con ganas. Sabíamos que los corzos de la zona que queríamos controlar abandonan los llanos y buscan el cobijo de los pinos ante esta situación.
En marcha, tomamos café en el bar Jara de San Rafael,como es habitual, y subimos a mi coche rumbo El Espinar. Llegamos al sitio en cuestión y nos adentramos en el pinar. Victor me indica que ponga los aumentos del visor al mínimo, sabe que el corzo que buscamos tiene mucha querencia a una pequeña barranca.
Dicho y hecho. Asomamos y por el rabillo del ojo lo veo correr hacia arriba entre los pinos. Corro 50 metros buscando apoyo, me tiro al suelo, meto aumentos y logro ver su cabeza entre los troncos. Él sigue corriendo y Victor, con su habilidad incomparable, ladra. Se para al oír el ladrido de uno de sus semejantes y nos mira desconcertado. Es alto y parece gordo, pero veo que fallan un poco las luchaderas. Victor insiste en que es bueno y, mientras valoramos, emprende de nuevo carrera a media ladera para dejarnos atrás, volcando finalmente en un pequeño hoyo.
De nuevo sprint entre los pinos. Volcamos lentamente el viso que precede el hoyo y allí está, justo al otro lado entre los pinos, nos separan 120 metros. Me preparo, lo meto en la cruz y valoro. Cuando estoy dudando si tirar o no, pega dos pasitos y se coloca en el viso. Detrás de su cuerpo aprecio El Espinar, parece que lo ha hecho aposta. Bajo el rifle y lentamente avanza hasta perderse en un zarzal. Nos ha ganado la mano.
Principios de mayo
Habíamos estado valorando otros corzos por la zona y no encontrábamos lo que estábamos buscando. Se me ocurre visitar a nuestro conocido de nuevo e intentar valorarlo en condiciones. Vamos de atardecida, realizamos la operación a la inversa por culpa del viento y no logramos localizarlo. Ha pasado un mes y tememos que algún amigo de lo ajeno se haya topado con él. De vuelta al coche veo algo entre unos helechos y me agacho, Victor hace lo mismo. Al otro lado de una tapia de piedra lo veo levantarse entre los helechos. Perezoso, estira sus patas traseras, mientras con la cuerna sacude los cientos de moscas que sobrevuelan su cabeza. Pasa un minuto y se mete en un zarzal. Se hace de noche y no lo volvemos a ver.

23 de junio
Salimos de atardecida en busca de un corzo que teníamos controlado en otra zona. Toda la tarde recechando por una cuerda y lo único que habíamos visto eran conejos. Llegando al coche, Victor observa desde arriba unos prados muy querenciosos del sopié, cercanos a la linde del coto. No hay casi luz pero detecta un bulto en la parte más alejada del prado. Me apoyo y miro por el visor. Los cuatro aumentos extra me permiten ver que se trata de un macho, su cuerna parece gruesa.Guardamos rápidamente el rifle, subimos al coche y bajamos hacia el sopié a contrarreloj. Quedan máximo 10 minutos de luz.
Llegamos con el coche a unos 200 metros de él, no hay luz para valorar en condiciones y nos bajamos corriendo sin el rifle. Conseguimos meternos a 30 metros tapándonos con la tapia. Valoramos a duras penas y vemos que se trata de un buen corzo, con luchaderas largas y grueso de cuerna. Lo único que falla un poco es su horquilla. Decidimos esperar y visitarlo en otro momento en que podamos valorarlo en condiciones.
24 de junio
Quedamos a las 5:30 de la mañana con Ale en la puerta de mi casa. Quiero asomarme a un prado que siempre suele dar alguna sorpresa. Llegamos al aparcamiento más cercano de noche y justo a dos luces emprendemos el viaje a pie, nos separan 15 minutos. Nada más llegar al sitio vemos una corza con un joven corcino que ya corretea cerca de su madre. Después, un tímido machete de seis puntas asoma al claro y marca las matas del borde del prado. Mala señal, el que estamos buscando no dejaría que un macho así ocupara su territorio.
Nos vamos para aprovechar la mañana e intentar localizar el que vimos la noche anterior. Al llegar al sitio en cuestión, Victor se baja del coche y escudriña con sus prismáticos todas y cada una de las matas.

Es entonces cuando Ale me cuenta la historia de este corzo. Bajo del coche y se lo cuento a Victor, nos miramos y decidimos dejar de buscarlo. Y es que uno de los fundamentos de la caza es el respeto entre cazadores. Desde este momento deja de existir para nosotros, porque de algún modo consideramos que no sería justo intentar cazarlo pues tiene “dueño”.
Conduzco de camino al pueblo y doy vueltas a la cabeza. No es un buen año en la zona, no vemos grandes trofeos y me quedan dos semanas de caza por temas laborales. Propongo volver al pinar en busca de mi antiguo conocido y Victor secunda mi idea.
Dejamos el coche dónde siempre y los tres comenzamos a andar rumbo a “su barranca”. A los diez minutos de camino Ale me toca el brazo. Me giro y veo como señala una corza que come de una zarza en una pradera a unos 70 metros.
Victor me mira y toca mi espalda, nos estamos leyendo el pensamiento: Puede estar cerca de la corza.

Dejo atrás a mis acompañantes y avanzo 20 metros hacia una piedra cercana buscando apoyo. Coloco el morral y apoyo el rifle esperando que esté cerca. No han pasado ni tres minutos cuando veo su cabeza salir de un tupido zarzal a 30 metros de mi rifle. Hago una señal a Victor y Ale. Victor se coloca a mi lado y Ale se queda a mi espalda para no dejarse ver.
Comenzamos a valorarlo. Victor lo describe:
-Es gordo, poca luchadera, pero más gordo de lo que pensábamos. No es el mejor que hemos visto pero es muy bonito.
Yo asiento con la cabeza pues coincido con él. Ale, interrumpe susurrando:
-Pero, ¿Dónde está?
Los dos metros de distancia no dejan que domine el pequeño bajo en que se encuentra. Se adelanta a mi señal y logra verlo:
-¡Puede valer! ¡Bronce-plata Gon! Piénsatelo.
Victor insta a la calma como siempre, pide que lo valore como Dios manda. Lo observamos durante cinco minutos y hace amago de volver a entrar al zarzal. Coloco la cruz en su sitio y advierto que lo voy a tirar. Éste corzo tiene una historia especial conmigo, la compañía es inigualable y el lance precioso: ha llegado la hora.

Apoyo los codos, coloco la cruz, aguanto la respiración y tiro.
Acusa el tiro con un salto y se mete al zarzal. Digo que le he dado, Ale lo confirma. Victor, temeroso de que profundice mucho en el zarzal, emprende carrera hacia él. Llegamos en cuestión de diez segundos y allí está, a escasos dos metros del tiro. Los tres nos abrazamos felices y en mi interior siento como me emociono, vuelvo atrás en el tiempo a lo vivido cuando empezaba a cazar mis primeros guarros y corzos con 10 años.
Lo valoramos y comprobamos que se trata de un corzo grueso y muy perlado. No es espectacular, pero viendo el cráneo y grosor de las cuernas sabemos que dará que hablar.
Meses atrás siempre dije que me haría fotos con él en una piedra desde la cual se divisa todo El Espinar. Pido que me entiendan, que es muy especial para mí y que me ayuden a cargarlo en el coche y nos desplacemos a la piedra para hacer las fotos. Acceden a ayudarme y lo colocamos con respeto en la piedra, viendo por última vez el pueblo que lo vio nacer. Lo miro y sonrío emocionado: Eres el primero, gracias amigo.
Quiero agradecer a Victor su entrega en la búsqueda de corzos durante los últimos meses, sin él no habría sido posible. Sabes que es más tuyo que mío y siempre te lo agradeceré ¡amigo!.


Gracias por leerme como siempre. ¡Nos vemos en el monte!
Gonzalo Bravo